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(IVÁN): NUESTRO DIOS JUZGA CADA DÍA A LOS QUE NO AMAN A SU JESUCRISTO



 
 
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Old April 21st, 2008, 01:09 AM posted to rec.travel.usa-canada
Valarezo
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Default (IVÁN): NUESTRO DIOS JUZGA CADA DÍA A LOS QUE NO AMAN A SU JESUCRISTO


Sábado, 19 de abril, año 2008 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador – Iberoamérica


(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)


NUESTRO DIOS JUZGA CADA DÍA A LOS QUE NO AMAN A SU JESUCRISTO:

Con toda seguridad, que nuestro Padre Celestial traerá a juicio toda
acción junto con todo lo invisible también, sea bueno o sea malo en el
paraíso y en la tierra, para su punto final. Porque nuestro Creador
tiene que hacer justicia por cada palabra y por cada acción de pecado
del hombre y de la mujer de toda la tierra, «para que entonces Sus
Diez Mandamientos Santos sean infinitamente honrados y jamás burlados
por Satanás ni por ninguno de sus seguidores del paraíso, ni de la
tierra, ni menos del reino de las tinieblas».

Y sólo así todo efecto del pecado será borrado del corazón y de la
mente no sólo de Adán sino también de todos sus hijos e hijas, «para
jamás volverse a acordar de ninguno de ellos en la nueva vida venidera
del nuevo reino sempiterno de su Hijo amado y de sus millares de
huestes angelicales». Porque todo lo que esté relacionado al pecado de
Adán y así también de su linaje humano tiene que ser eliminado y
echado al olvido eterno, «para que jamás ningún mal pensamiento del
corazón del hombre vuelva a tomar vida y raíz en la nueva eternidad
celestial de Dios y de su Árbol de la vida», ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Es decir, que «ningún mal de ninguna naturaleza de Satanás ni del
hombre volverá a afectar la vida» de Dios ni de sus ángeles ni de su
nueva humanidad infinita de todas las naciones del mundo entero, como
de las que han recibido al Señor Jesucristo y su sangre santa para
expiación de sus pecados infinitos, como es lógico. Porque la verdad
es que toda nación que tome al Señor Jesucristo y a su sangre santa y
expiatoria, como su único gran rey Mesías, como en Israel de la
antigüedad y de siempre, por ejemplo, entonces «sus pecados han de ser
expiados y perdonados por Dios»; dado que, ninguna nación podrá ver
jamás la vida, si no profesa a Jesucristo.

Es decir, también que cada nación que no reciba ni honre al Señor
Jesucristo en sus tierras y con sus familias, entonces no vera la vida
eterna del nuevo reino celestial de Dios y de su Árbol de la vida,
como La Nueva Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo, «sino que es rea
de muerte eterna en el infierno». Y es por eso que hay muchas naciones
en la tierra que sufren por falta de todas las cosas y hasta de las
mismas lluvias del cielo, porque todo está cerrado para ellas, «por su
indiferencia espiritual hacia Dios y su Jesucristo»; y toda nación que
su Salvador no es su Jesucristo «al fin de las cosas muere
definitivamente».

Como el malhechor, por ejemplo, que su castigo es asegurado en sus
días de vida por toda la tierra, «porque nuestro Padre Celestial jamás
será burlado por él ni por sus aliados a su maldad»; es más, escrito
está en las Escrituras «que nuestro Dios no dará jamás por inocente al
culpable». Porque toda nación que se olvide de Dios, su fin está en el
infierno y en el lago de fuego también, en el más allá, «para no
volver a ver la luz de los nuevos días de vida y de salud infinita de
nuestro Padre Celestial y de su Hijo amado», ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Ciertamente, que las naciones son como las religiones del mundo, pues
si no tienen al Señor Jesucristo como su Cordero Escogido para hacer
expiación por sus pecados, entonces «no tienen la vida eterna en sus
corazones asegurada», sino que viven la vida de pecado y de rebelión
hacia su Creador y hacia su fruto de vida, ¡la vida nueva de la Ley! Y
esta es una vida de mentiras, maldades, calumnias, odios, rencores,
falsedades, envidias y en fin todas las maldades que se han hecho
debajo del cielo, desde la antigüedad y hasta nuestros días, «porque
no conocen a su Dios, por medio de su único fruto de vida eterna del
paraíso y de toda la tierra para siempre», ¡nuestro Señor Jesucristo!

Por ello, su lugar final es el infierno, como todo malhechor
inescrupuloso, pues la nación completa muere sin duda alguna, porque
nuestro Dios no fue jamás burlado por Satanás ni por ninguno de sus
ángeles caídos en el reino celestial, «así pues también con cada
nación, con cada familia, con cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera». Pero si estas mismas naciones pecadoras, después de
haber vivido en sus pecados por mucho tiempo, se arrepienten y aceptan
en sus tierras al dador de la vida eterna, nuestro Salvador
Jesucristo, pues entonces «pasan de muerte a vida, para gozar día y
noche del Espíritu Santo de la presencia de Dios y de su Árbol de la
vida eterna».

Porque sólo el Señor Jesucristo puede ser realmente el Árbol de la
vida de cada nación de toda la tierra y más no el árbol de la ciencia
del bien y del mal, «para que todo sea bendiciones y vida eterna en
sus familias día a día y por siempre en la nueva eternidad celestial».
Porque es el árbol de la ciencia del bien y del mal, la cual ha traído
el pecado y cada una de sus enfermedades y calamidades de violencias y
de guerras increíbles a sus ciudadanos; más la nación que su Árbol de
vida es Jesucristo vive segura de si misma, «para jamás ser
atropellada por sus enemigos de siempre».

Porque nuestro Padre Celestial es inseparable de su Árbol de la vida
eterna, nuestro Salvador Jesucristo, y así también con cada uno de
nosotros, es decir, que «nosotros también somos inseparables del Árbol
de la vida eterna, por inicio»; y es por eso que su palabra viva viene
a nosotros día tras día y sin cesar con muchas bendiciones del
paraíso. Porque los nombres de todas las naciones y de sus familias
han de ser escritas en el libro de la vida eterna del cielo; y, por
inicio todos los que son escritos en el libro de Dios no verán más las
tinieblas antiguas de sus vidas pasadas, «sino la luz que no conocían
aún, a su Hijo amado», ¡el Rey Mesías!

Así pues también si las religiones falsas, las cuales han vivido por
mucho tiempo en la vida del pecado y el paganismo eterno deshonrando
la Ley Bendita, y se arrepienten de sus tinieblas y de la ignorancia
de sus vidas hacia Dios y hacia su Hijo amado, «pues entonces dejaran
de ver las tinieblas antiguas del más allá, para vivir felices
infinitamente». Es decir, que estas religiones falsas dejaran de
servirles a sus dioses de piedras, maderas, telas, plásticos,
personalidades y en fin de todo lo que ellos crean que sean sus
dioses, por lo tanto vivirán ahora: «porque la luz de su Dios y de su
unigénito ha de reinar sublime en sus vidas, para alumbrar sus pasos
hacia todo bien eterno siempre».

Porque nuestro Dios envió a su unigénito no sólo para que sea el Árbol
de la vida de Israel, sino también para que sea el Árbol de la vida de
cada nación y así de cada familia y sus religiones autóctonas, «para
que sus pecados sean borrados por la sangre expiatoria de Dios, y así
no vivan más en tinieblas». Por lo tanto, el que tiene al Señor
Jesucristo como su Árbol de la vida, como Dios se lo dio a Adán y Eva
en el paraíso y así también a Israel, y creen en Él y en su obra
asombrosa, «pues no morirán jamás, sino que vivirán para conocer sus
vidas infinitas siempre, en la tierra y en el paraíso».

Porque «ahora le sirven verdaderamente al Dios de sus vidas y al único
salvador de sus almas infinitas, su único fruto de vida eterna»,
nuestro Salvador Jesucristo, en el cielo, en la tierra y así también
en la nueva eternidad venidera del nuevo reino sempiterno de Dios, de
su Espíritu Santo y de sus millares de huestes angelicales. Porque es
la sangre del Árbol de la vida, la cual nuestro Dios ha enviado del
paraíso, «para hacer expiación por nuestros pecados en toda la
tierra»; y volveremos a vivir nuevamente en el paraíso, sólo por medio
de la misma vida santa y gloriosa de su unigénito, el Hijo de David,
¡el Santo de Israel y de la humanidad entera!

Porque sólo el Señor Jesucristo tiene la verdadera sangre bendita del
cielo, «para hacer expiación para perdón de nuestros pecados y sanidad
de nuestros cuerpos», para hacernos libres infinitamente de los
pecados y maldades de Satanás y de sus ángeles caídos también, en el
juicio final de todas las cosas de Dios y de la humanidad entera. Por
lo tanto, sin el reconocimiento del Señor Jesucristo en la vida de las
naciones de la tierra y así también de sus religiones antiguas, «pues
entonces no hay expiación por los pecados y, por tanto siguen el mal
camino de Satanás y de sus ángeles caídos, para caer muertos muy
pronto a la fosa de la perdición eterna», ¡el infierno!

Porque todo ser viviente que nace en el paraíso o en las naciones de
la tierra va directamente hacia la fosa común de los enemigos de Dios
y de su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, por inicio, «porque no
tienen vida alguna en sus corazones ni en sus almas infinitas, sino
sólo la muerte eterna e inhumana de Satanás». Es por eso que nuestro
Padre Celestial envía la palabra de su Hijo amado a todas las naciones
de la tierra, para que las familias y sus religiones nativas vuelvan a
nacer no de la carne de sus antepasados o de sus padres biológicos,
«sino de la carne y de la misma sangre viviente del Cordero Antiguo de
Dios», ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Entonces si estas naciones y sus religiones, como las cuales no
profesan la fe de nuestro Salvador Jesucristo, el Hijo de David: como
el Cordero Escogido, el Árbol de Dios, el sumo sacerdote del cielo y
la tierra, el unigénito y, por tanto el único camino al paraíso, y
últimamente reciben a Jesucristo en sus vidas, «pues se salvan de
morir». Porque nuestro Padre Celestial no envió a su Hijo amado al
mundo a condenar a las naciones ni a sus religiones autóctonas, sino
ha salvarlas infinitamente, «para que sean una sola aglomeración
celestial de naciones y familias no sólo en la tierra, sino también en
su nueva vida infinita de Su Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del
cielo, por ejemplo».

Porque para nuestro Creador, toda nación y cada una de sus familias
con sus religiones nativas, sino no profesan al fruto del Árbol de la
vida, el cual es nuestro Señor Jesucristo, como el Salvador del mundo,
el Hijo de David, el unigénito, el Cordero Escogido, el sumo sacerdote
para mediar entre Dios y el hombre, «pues desafortunadamente mueren en
tinieblas». Y nuestro Padre Celestial no ha enviado a su Hijo amado al
mundo para ofender a ninguna nación, ni a ninguna religión, ni a
ninguna familia, sino para despertarlas de su muerte segura en la
tierra y del infierno, «y así pues despierten al instante a su
verdadera vida desconocida por ellos mismos aún del cielo», ¡nuestro
Redentor Jesucristo!

Porque toda nación y asimismo como toda familia que no crea en su
corazón y así no profese la fe con sus labios del Señor Jesucristo
como el Hijo del Altísimo, entonces vive en tinieblas aún, y no están
escritos en el libro de la vida eterna, «porque sus pecados no han
sido expiados todavía para perdón y para salvación infinita». Por
ejemplo, podemos ver pues, como el Señor Jesucristo reprendió a uno de
sus apóstoles amados, porque le reconvino para que no ascendiera a
Jerusalén: ya que el Señor mismo les había dicho a todos «que él tenía
que subir a Jerusalén y padecer mucho por los pecados del hombre, para
salvarlo de su condición espiritual y de su mal eterno».

Es decir, que el Señor Jesucristo les había anunciado a sus apóstoles
su muerte sangrienta y muy sufrida, por cierto, sobre los árboles
cruzados de Adán y Eva, «para expiar en sus cuerpos, y sólo con su
cuerpo santo, el pecado del mundo entero, sobre lo alto de la roca
eterna y, además clavados a ellos eternamente con su sangre
expiatoria». Dado que, la sangre expiatoria del Señor Jesucristo se
sujeta con fuerza al cuerpo del hombre y de la mujer del mundo entero,
por más muertos que estén en sus delitos y pecados, «del mismo modo
que se clavo a los árboles cruzados y sin vida de Adán y Eva para
ponerle fin a sus pecados y darles vida en abundancia infinitamente».

Porque sólo por el derramamiento de su sangre santa es que realmente
nuestro Padre Celestial les iba a perdonar sus pecados no sólo a sus
discípulos y sus familias, «sino también a las familias de todas las
naciones de la tierra, comenzando milagrosamente con Adán y Eva mismo
sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en
Israel». Además, porque ésta es la manera correcta, por la cual se le
pude poner fin al pecado de Adán y de Satanás en la vida de cada
hombre, mujer, niño y niña de todas las naciones, «comenzando con
Israel primero como en los días de antigüedad y de su tabernáculo de
reunión y de holocaustos sangrientos y fuegos espectaculares, por
ejemplo».

Porque sin el derramamiento de la sangre del Cordero Escogido
Angelicalmente, por el único sumo sacerdote del cielo y de la tierra,
como el Hijo de David, como el unigénito de Dios y de su Espíritu
Santo, pues entonces el pecado viviría infinitamente en el corazón y
en la vida de la humanidad entera, para jamás vivir la nueva vida
infinita. Es decir que cada nación con sus familias y religiones
prehistóricas, si creen en Jesucristo como el unigénito de Dios y de
su Espíritu Santo, «entonces vivirán desde ya, y sus oraciones con los
deseos de sus corazones serán cumplidos»; porque «sólo nuestro Dios es
Todopoderoso para los que creen en Él, por medio de su fruto de vida
eterna», ¡nuestro Jesucristo!

Porque con el Señor Jesucristo en sus vidas, entonces las naciones y
asimismo sus familias con sus religiones autóctonas ya no vivirían en
las tinieblas ni a la merced de los engañados de Satanás, «sino que
vivirían infinitamente en el Espíritu de la sangre y de la vida del
unigénito, para vivir sus vidas libres de enfermedades y de sus males
comunes». Es decir, que ninguna de estas naciones ni tampoco sus
religiones autóctonas ya no serian del espíritu de error de Satanás,
como de costumbre, el cual niega a Jesucristo no sólo como el
unigénito, sino también como el único posible salvador del mundo
entero, «sino que ahora todas ellas y con sus religiones serian de
Dios y de su Jesucristo perpetuamente».

Porque nuestro Padre Celestial es el Todopoderoso para ser el Dios de
cada nación y de sus familias junto con sus religiones antiguas, «si
tan sólo creen en sus corazones y así confiesan con sus labios la
palabra y la vida gloriosa de su Hijo amado, como su único Árbol de la
vida y de su salud eterna», ¡nuestro Señor Jesucristo! Pues para esto
envió Dios a su Hijo amado al mundo, como el Profeta del cielo, como
el Cordero Escogido, como el único sumo sacerdote de las religiones de
la tierra y del paraíso, «para que crean en su sangre expiatoria y
todopoderosa y, entonces sean libres de Satanás para regresar pronto
al Fundador de sus nuevas vidas del paraíso».

Porque para nuestro Creador, no importa en que nación has nacido, pero
si crees en tu corazón y así confiesas la fe redentora y expiatoria de
la sangre santísima del Árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo,
«pues entonces tu nombre ya está escrito, por inicio, en el libro de
la vida de Dios y de su Espíritu Santo en el cielo». Y así también
cada una de las religiones del mundo entero, si creen en sus corazones
y así hablan con sus bocas, de que el Señor Jesucristo es el Hijo de
Dios y, por ende su sangre los limpia y los hace libres de sus pecados
y enfermedades, «entonces ya no vivirán más para el mal del pecado
sino perpetuamente para Dios».

Por lo tanto, ya ninguna de estas naciones entrara en el juicio eterno
ni menos en la ira sobrenatural de nuestro Dios, sino que habrá
abandonado el espíritu de error de Adán «para entrar en el espíritu de
la gracia y de la vida con cada una de sus bendiciones sobrenaturales,
para su renovada existencia en la tierra y en el paraíso». Es decir,
que de ahora en adelante sólo vivirán para el Espíritu de la gracia
redentora e infinita del Árbol de la vida, nuestro Salvador
Jesucristo, «como Dios manda a Adán inicialmente», para sólo comer de
sus frutos diariamente y hasta aún más allá de la nueva eternidad
venidera, «y así conocer la verdad y la justicia de las cosas
siempre».

Porque a todos los que no aman al fruto del Árbol de la vida del
paraíso y de la tierra, nuestro Jesucristo, pues entonces nuestro Dios
los llevara a juicio con todo lo expuesto y lo escondido, sea bueno o
sea malo, «para no dejar rasgo de ningún mal atrás, sino eliminarlo
por completo en el mundo del olvido eterno». Y este mundo del olvido
es el reino de las tinieblas, como el infierno o el lago de fuego, a
donde descenderán los ángeles caídos y las naciones y las religiones
falsas, «como las que se olvidan del Espíritu de la gracia salvadora
de la sangre y de la vida sacrificada de nuestro Salvador Jesucristo
sobre el altar antiguo de Israel».

Y sólo así entonces empezar una nueva era libre del pecado y de sus
efectos terribles en el cielo, en el paraíso, en la tierra y con todos
sus seres creados también, sean hombres del mundo o ángeles del reino
celestial; «porque sólo los que son de Jesucristo son sin pecado aquí
y, por tanto entraran a La Nueva Jerusalén Celestial». Y, por ende
ninguno de ellos será llevado a juicio de Dios como con los impíos y
viles de toda la tierra, «porque sus pecados ya han sido juzgados y
perdonados cada día por la sangre expiatoria del Árbol de la vida
eterna, el Hijo de David y nuestro gran rey Mesías de todos los
tiempos», ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Además, las naciones con sus familias y con sus religiones
prehistóricas que no conocían al Señor Jesucristo como el Cordero de
Dios y el sumo sacerdote de sus vidas, pues vivirán sin Satanás;
«porque el nombre de nuestro Dios es bueno y todopoderoso
exclusivamente con la sangre expiatoria en el centro de sus naciones,
de sus familias y de sus religiones». En verdad, en aquel día las
naciones y sus familias con sus religiones nativas serán libres del
mal eterno, porque es el espíritu de fe, en la sangre y en la vida
gloriosa del Señor Jesucristo, «las cuales han expiado por sus pecados
y simultáneamente llenado de salvación eterna de Dios cada día para
vivir felizmente la vida eterna para siempre».

En aquellos nuevos días venideros de la nueva vida de nuestro Creador
y de su Espíritu Santo ya no habrá tiniebla alguna del corazón del
hombre, ni menos de Satanás, porque los impíos habrán entrado a sus
lugares eternos del infierno, como Satanás y sus seguidores de gran
maldad al lago de fuego, «para no volver a ofender a nadie jamás».
Pues entonces la vida humana, por vez primera, vivirá sus días nuevos
largos y eternos sin el efecto terrible de la presencia de las
tinieblas de Satanás y de sus seguidores malvados, «sino que todo será
dulzura en el corazón y en la vida de cada hombre, mujer, niño y niña
de la humanidad entera», ¡gracias a nuestro Salvador Jesucristo!

Porque exclusivamente el Señor Jesucristo es el Árbol de la vida, al
cual nuestro Creador llevo a Adán tomado de su mano y por el camino de
la verdad, de la justicia y de la santidad infinita, «para sólo comer
y beber de la mesa del SEÑOR, del maná inmortal y del agua de la vida,
para sólo entonces vivir infinitamente feliz». Es decir, que nuestro
Dios le ofreció a Adán primero comer de su unigénito sobre su mesa
celestial, para que su carne ya no sea su carne sino la de Jesucristo,
y para que también su sangre ya no sea la suya, sino la de Jesucristo,
«para que sólo entonces se quede a vivir con su linaje humano en el
paraíso bendito».

Porque todo aquel que desee ver la vida eterna y vivirla ya, «entonces
su carne tiene que ser la carne de Jesucristo, y así también su sangre
tiene que ser la sangre viva de Jesucristo»; de otro modo, nadie podrá
ver, ni menos vivir la nueva vida del cielo con su Dios y con su Árbol
de la vida, para siempre. Y desde el día que nuestro Padre Celestial
le ofreció a Adán comer y beber del fruto del Árbol de la vida, «pues
desde entonces acá no termina de hacer lo mismo con cada hombre,
mujer, niño y niña del mundo entero», aunque no lo veas así; porque
nuestro Dios se mueve entre nosotros invisiblemente y en secreto para
salvarnos siempre.

Así pues, el Señor Jesucristo se sentó a la mesa, «y les dio de comer
de su pan del cielo y de beber del vino de su sangre expiatoria a sus
apóstoles y a sus discípulos en todos los lugares de la tierra
también», como hoy en día contigo y conmigo, mi estimado hermano y mi
estimada hermana. Porque era necesario no sólo que le conociesen cara
a cara como el Hijo de Dios y, por tanto como el Salvador de Israel y
de las naciones, sino también «como el único posible salvador de sus
almas infinitas, en esta vida y en la venidera, como en el paraíso o
como en La Nueva Jerusalén del cielo, por ejemplo».

Para que el que coma de Jesucristo, pues ya no tenga hambre jamás, y
para el que así también beba de la copa de la vida eterna, su sangre
expiatoria y milagrosa para perdonar y para sanar el alma viviente del
hombre de la tierra, «así pues no vuelva a tener sed en esta vida ni
en la venidera para siempre». Porque sólo la sangre expiatoria del
Hijo de Dios puede realmente mantenernos lejos de la ira y, por tanto
del juicio final y muy terrible de nuestro Padre Celestial «para
juzgar cada palabra y cada acción condenable, y lanzarla al reino de
las tinieblas, como el infierno y como el lago de fuego para su
destrucción final e infinita».

Y si hoy estás en la privacidad de tu hogar, pues siéntate a la mesa
del SEÑOR y come de la carne y de la sangre santa del Cordero Escogido
del paraíso, para perdón y sanidad de tu cuerpo y de tu alma viviente
en la tierra y así también en el cielo, «para que vivas la vida eterna
desde ya». Pues como los doce apóstoles debes comer y beber del fruto
del Árbol de Dios, sentado a la mesa de tu hogar, la cual es la mesa
del SEÑOR actualmente, para nutrir tu corazón, tu cuerpo y tu alma de
las bendiciones infinitas del perdón y de la sanidad de Dios, «para
que conozcas la felicidad celestial a partir de ahora».

Porque sólo si comes y bebes del Árbol de la vida, nuestro Señor
Jesucristo, realmente vas a comenzar a sentir a Dios obrar en tu vida
día y noche, por los poderes y autoridades sobrenaturales de la sangre
expiatoria del sacrificio eterno, «para limpiarte del mal y llenarte
de bendiciones milagrosas y maravillosas de la eternidad celestial en
tu corazón». De otra manera, vas camino con el peso de tus pecados,
condenado infinitamente para caer muerto y abatido en el mal eterno
del reino de las tiemblas, para no volver a ver jamás el bien de tu
nueva vida ni la de los tuyos tampoco; por ello, el juicio final de
Dios es contra ti desde ya, «si te olvidas de Jesucristo».

Es por eso que la palabra de nuestro Dios viene a ti día y noche de
parte de su corazón y de su Árbol de vida eterna, nuestro Señor
Jesucristo, por medio de tu profesión de fe, «para que tu vida cambie
inmediatamente por tu propio bien y para el bien eterno de muchos, en
todos los lugares de la tierra». Porque nuestro Dios desea ya empezar
su nuevo reino celestial con cada una de las naciones que ha recibió a
su Hijo amado como su rey Mesías, por el poder de su palabra y de Sus
Diez Mandamientos cumplidos en su vida mesiánica por Israel, «para fin
del pecado y para enriquecimiento de la nueva vida eterna en todas
ellas».

Y es esta palabra de vida, la cual tu corazón y tu espíritu humano
necesitan, hoy en día más que nunca, para no sólo deshacerte de tus
tinieblas y de tus pecados, «sino para que ya empieces a conocer al
Fundador de tu nueva vida eterna en la tierra y así entrar al más
allá, pero sólo en el día del SEÑOR». Porque éste nuevo día cada vez
se acerca más y más a la tierra, para recoger a sus hijos e hijas, de
los que están en el polvo de sus tumbas y de los que aún viven sus
vidas comunes y corrientes también, «para levantarlos con Él de
regreso al paraíso, para empezar a vivir la nueva vida eterna muy
pronto».

Porque nuestro Dios empezara la nueva vida infinita de cada hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera, «en donde Adán la dejo
olvidada en el paraíso a los pies del Árbol de la vida, cuando peco
delante de Dios al no comer del fruto de la vida»; y ahí mismo
«retomaremos nuestras vidas celestiales, para no volverla a olvidar
jamás». Porque todos hemos olvidado vivir la nueva vida infinita,
libre de Satanás y de su pecado, como cuando Adán y Eva vivían libres
del mal eterno y puros de corazón delante de Dios y de sus huestes
angelicales, por ejemplo; pero volveremos a ésta nueva vida del
paraíso, «porque el Árbol de la vida nos levantara a ella muy
pronto».

Y esto ha de ser contigo y con los tuyos en el día señalado de nuestro
Dios y de su Árbol de vida a la vida infinita de Su Nueva Jerusalén
Santa y Perfecta del cielo, por ejemplo, «para que goce tu corazón la
felicidad de vivir libre de Satanás y del efecto terrible de su
presencia inhumana en tu vida». Porque todo pecador que actúa
falsamente en contra de su semejante, pues está actuando en el
espíritu inhumano de Satanás para no sólo robarle, matarle y
destruirle, «sino también para que su alma se pierda en el juicio
final de nuestro Padre Celestial y de su Cordero Escogido»; pero Dios
sostiene al hombre, «porque él mismo ama a Jesucristo seriamente».

Además, Satanás actúa cruelmente e inhumanamente así con todo pecador
y con toda pecadora de la tierra, desde la antigüedad y hasta nuestros
días, para cegar sus vidas cada vez más y más «y así no lo abandonen a
él jamás, por el amor antiguo y eterno de Dios y de su Jesucristo, por
ejemplo». Porque la vida del hombre es dulce sin Satanás y sin sus
seguidores de gran maldad eterna en el paraíso y así también en la
tierra, «para que sólo el espíritu del amor, la paz, el gozo, la
felicidad, la sabiduría y el conocimiento de las cosas pues reinen en
tu vida diariamente y por siempre en la eternidad».

Además, sin Satanás en tu vida, pues ahora si que podrás realmente
conocer a tu Padre Celestial, a tu Creador Todopoderoso, «el mismo que
te formo con sus manos santas para que seas como Él o como su Hijo
amado, el Hijo de David, el Árbol de la vida del paraíso, de la tierra
y así también de La Nueva Jerusalén Angelical». Porque es dulzura sin
igual para el corazón de las naciones y sus familias juntas con sus
religiones autóctonas vivir sin Satanás y sin sus tinieblas de
siempre, en sus espíritus y en sus vidas humanas; ciertamente, la vida
sin Satanás es rica como la leche y la miel, «para el cuerpo y para el
alma del hombre del mundo entero».

Entonces es muy bueno para el corazón del hombre, de la mujer, del
niño y de la niña no apartarse jamás de Los Diez Mandamientos de Dios,
para perdón de pecados y para bendición constante de sus almas
infinitas; «porque la Ley es el mismo Espíritu del Árbol de la vida o
del Mesías para bendecirnos siempre a todos cada día». Además, nuestro
Dios creo al hombre en sus manos santas para que viva la felicidad
celestial, primordialmente la de su Árbol de la vida, y más no la vida
pecadora y terrible de Satanás, por ejemplo; puesto que a nuestro Dios
no le gusta ver a nadie sufrir jamás, «sino vivir siempre la vida
fructífera y feliz de su Hijo amado». (Es decir, que ninguna vida le
complace a Dios ni la de sus ángeles del cielo, ni menos la del hombre
ni de la mujer de la tierra, «pero si Jesucristo está en sus
corazones, pues bienvenidos son siempre delante de su presencia
sagrada a cada paso, para todo lo que necesiten de él y de sus
riquezas abismales e infinitas».)

Es por eso que el corazón del hombre no es feliz sin el Señor
Jesucristo en su alma infinita desde siempre, sino que vive
diariamente trastornada su vida, pues «sin saber jamás de donde viene
ni hacia donde va su alma eterna por sus pasos en la tierra y en la
eternidad venidera también». Es decir, que el hombre camina día y
noche por toda la tierra, creciendo siempre de tinieblas en tinieblas
para cegar su corazón y los ojos de su cara, «para no ver jamás la luz
viviente de Dios ni de su Árbol de vida eterna, sino sólo hasta que
llegue ante el trono del juicio final de todas las cosas».

Y sólo entonces él se detenga en su último paso delante de Dios, sin
Jesucristo en su corazón, para recibir de Dios el merecido justo
juicio por sus pecados, «y así ser condenado al fuego eterno del lago
de fuego, la muerte segunda de su alma eterna, porque jamás conoció en
su corazón el amor de Jesucristo hacia su Creador». Y el hombre sufre
así a cada instante, simplemente porque no sólo no está viviendo la
vida, la cual Dios mismo le entrego a él, en el día de su creación, en
su imagen y conforme a su semejanza celestial, «sino porque no ha
comido ni ha bebido aún del Árbol de la vida feliz», ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Y hay así mucha gente por todos los lugares del mundo entero, que no
han gustado aún en sus corazones la bendición celestial de tener al
Señor Jesucristo, «como el Hijo de Dios, el Cordero de la sangre
expiatoria de sus pecados y el sumo sacerdote celestial para mediar
para su bien eterno siempre entre él y Dios en el cielo». Por lo
tanto, el hombre y así también la mujer caminan juntos ciegos por el
mismo camino del mal eterno, sin el Señor Jesucristo en sus almas para
obrar siempre en el secreto de sus corazones y de sus espíritus
humanos, «para bien de sus vidas y protección constante ante la falta
de honradez de Satanás y de sus gentes malhechoras».

Pues ellos caminan día y noche con los suyos deslumbrados y condenados
a morir una muerte segura en la tierra y en el infierno también, para
jamás ser felices en sus almas infinitas, en esta vida ni en la
venidera tampoco; «porque todos ellos son culpables de sus pecados por
no haber amado a Dios, por medio de su Jesucristo». Porque nuestro
Padre Celestial lleva a juicio día y noche a todo pecador y a toda
pecadora y así también a los suyos, aunque no hayan ofendido jamás en
sus vidas, hacia el castigo del juicio final de todas las cosas en el
más allá, por su culpa y por su error de no amar a Jesucristo en sus
vidas.

Y lo mismo es verdad cada día para las naciones de la tierra, «porque
nuestro Dios juzga a las naciones continuamente como en la antigüedad,
como las que no honran ni menos aman la vida celebre de su Hijo
amado», nuestro Señor Jesucristo, para expiación de sus pecados y
salvación eterna; pues recordemos a Israel ahora, sin irnos tan lejos.
Dios juzgo a Israel por sus pecados nacionales una y otra vez, «y sin
la sangre del Cordero sobre su altar pues era convicta sin duda
alguna», y hasta destruida muchas veces por falta de la santidad de
Dios en las vidas de sus ciudadanos y su religión prehistórica
también, por supuesto. Y sin el derramamiento de la sangre de su Hijo
amado, el Cordero de Dios y de Israel, como en la antigüedad, «no hay
expiación de pecado posible para ninguna nación, aunque sea Israel
mismo, ni para ninguna familia de la humanidad entera»; por ende, el
alma que pecare le dará cuentas a Dios, hoy y en el día del juicio
también.

Porque no hay mayor pecado de condenación eterna ante el tribunal de
nuestro Padre Celestial y de su Espíritu Santo, y esto es de no amar y
de no venerar el amor del Señor Jesucristo en sus corazones eternos,
«después de haber Él hecho tantas cosas y hasta lo imposible para
perdonar sus pecados y asegurarles vida infinita en sus almas
vivientes». Y esto es muerte para cualquiera y aún hasta para con los
ángeles más poderosos del cielo, como le sucedió a Lucifer, por
ejemplo, quien se convirtió en Satanás (o en el adversario de Dios),
«porque no quiso honrar ni menos comer del fruto del Árbol de la vida,
el cual es el nombre Salvador del SEÑOR para enriquecer su vida
infinitamente».

Porque con sólo creer en el corazón y así confesar con los labios el
nombre ungido y milagroso del SEÑOR, «pues entonces ese ser, sea ángel
del cielo u hombre, mujer, niño o niña de la humanidad entera, tiene
vida infinita con Dios y con su Árbol de la vida eterna eternamente y
para siempre», ¡nuestro Señor Jesucristo! Y todo aquel que no invoque
el nombre del SEÑOR en los últimos días, «entonces será llevado a
juicio por nuestro Padre Celestial para que le responda por su pecado,
de no haber honrado ni menos glorificado su nombre santo», cuando tuvo
la oportunidad de hacerlo así, como en los días normales de su vida
por toda la tierra, por ejemplo.

Y el que no tiene el nombre sagrado del Señor Jesucristo en su corazón
desde ya, pues entonces ya es juzgado y condenado por sus propios
pecados y delitos, «para ser posteriormente lanzado al lago de fuego
eterno, en su segunda muerte final de su alma infinita, para jamás
volver a ver a Dios ni a su Hijo amado, para siempre». Por ello, el
hombre y así también cada uno de sus descendientes, comenzando con la
mujer, «vive en la mentira y en sus violencias terribles de
enfermedades, problemas y, por fin la muerte eterna», como en el
infierno o como en el lago de fuego, para no volver a conocer la vida
ni oír de su Árbol de vida eterna jamás.

Porque el pecado del hombre es en contra de nuestro Dios, por inicio,
por no creer ni confesar con sus labios al salvador de su vida; y es
por eso que su vida va sin prisa «camino al juicio final del paraíso,
sin tener que ir a ese día terrible para su alma, si tan sólo
Jesucristo reina en su corazón». Porque fuera del Señor Jesucristo ya
no hay vida alguna para ningún ángel del cielo ni para ningún hombre,
mujer, niño o niña de la humanidad entera en todas las naciones de la
tierra, «sino sólo tinieblas tras tinieblas y un mundo horrendo de
fuego y de violencias increíbles en la nueva eternidad venidera del
juicio eterno de todas las cosas».

Además, nuestro Padre Celestial llevara a juicio a cada palabra, a
cada pensamiento, a cada sentir, a cada acción del hombre, comenzando
con Adán en el paraíso y así también hasta con su ultimo retoño que
nazca en la tierra de mujer, por ejemplo, «para así ponerle fin
infinitamente a cada efecto del pecado en la vida del hombre». Y así
ya no quede rasgo alguno del pecado en el corazón de la humanidad
entera, comenzando con Adán y Eva en el paraíso, «sino que sólo
prevalecerá todo lo bueno, todo lo glorioso y todo lo sublime de
nuestro Árbol de la vida eterna, nuestro Jesucristo, para gloria y
honra infinita de nuestro Padre Celestial que está en los cielos».

Porque todos los que entren a vivir la nueva vida eterna de nuestro
Padre Celestial y de sus huestes angelicales, «entonces tienen que
haber recibido por fe la carne, la sangre, el espíritu, el alma y
hasta el mismo pensar y sentir de su Jesucristo, para poder por fin
entrar al nuevo reino sempiterno, y no salir de él jamás». Es por eso
que tenemos que darle gloria y honra en nuestros corazones diariamente
a nuestro Creador y a su Espíritu Santo, por medio de nuestro
Jesucristo, «porque esa es su comida predilecta», la cual ha esperado
desde siempre con gran paciencia en su corazón y en su alma santísima,
para que hoy tú mismo se la des en su boca.

Para que de esta manera, «nuestro Padre Celestial se sienta bien lleno
con cada uno de nosotros», en nuestro millares y, a la misma vez
«honrado por todo lo que nos ha dado y hecho por cada uno de nosotros
también», en todos los lugares de la tierra, comenzando con Adán y
Eva, por ejemplo, en el paraíso. Porque lo que nuestro Creador comenzó
a hacer por cada uno de nosotros, verdaderamente lo comenzó desde
mucho antes de la fundación del cielo y de la tierra, para que lo
vivamos todo desde ya, «y así entremos libres del pecado y gozosos en
nuestros corazones con la verdad y con la justicia de su Árbol de la
vida», ¡nuestro Señor Jesucristo!

Y sólo así con el Señor Jesucristo en nuestros corazones, «pues
evitaremos ser juzgados por nuestros pecados en el juicio final para
todas las cosas expuestas y de las que están escondidas, sean buenas o
sean malas, para cerrar por fin la era del pecado y vivir al fin la
nueva era llena de Dios y de su Espíritu Santo». De modo definitivo,
ésta es la misma vida eterna de la antigüedad, la cual nuestro Padre
Celestial preparo para ti, su Jesucristo, para que la vivas desde hoy,
día y noche delante de su presencia santa en la tierra y en Su Nueva
Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo.

¡Gloria a Dios! ¡Amén! ¡Gracias a Jesucristo y al Espíritu Santo de
Dios por tu nueva vida infinita! ¡Así pues alégrate siempre en tu
corazón eterno, sólo con en el nombre del SEÑOR, porque el nombre del
SEÑOR es bueno para toda tu vida y la de los tuyos también, hoy en día
y en todos los lugares de la tierra y de la nueva eternidad venidera!

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su Jesucristo
es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en el
nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras
almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y
honra a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el
cielo, también, para siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo
amado, nuestro Señor Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y noche,
(Deuteronomio 27: 15-26):

“‘¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen de
fundición, obra de mano de tallador (lo cual es transgresión a la Ley
Perfecta de nuestro Padre Celestial), y la tenga en un lugar secreto!’
Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su madre!’ Y
todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad de su
prójimo!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!’ Y todo el pueblo
dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del huérfano y de
la viuda!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre, porque
descubre la desnudes de su padre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier animal!’ Y todo
el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su padre o hija
de su madre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que se acueste con su suegra!’ Y todo el pueblo dirá:
‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte a su
semejante, sin causa alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente, sin causa
alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

“‘¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley, poniéndolas por
obra en su diario vivir en la tierra!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siemp un tropiezo a la
verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la
omnipotencia de Dios no obre en tu vida, de acuerdo a la voluntad
perfecta del Padre Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto
tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos termine,
cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los ídolos
con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día y noche entre
las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber desobedecido a
la Ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos estos males está
aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en
Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas los
males, enfermedades y los tormentos eternos de la presencia terrible
de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales en tu vida y en
la vida de cada uno de los tuyos también, para la eternidad del nuevo
reino de Dios. Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en
día honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus
ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada
palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de bendición
terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad, cada señorío, cada
majestad, cada poder, cada decoro, y cada vida humana y celestial con
todas de sus muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y
de la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y de su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las
naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu
corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la
tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde
los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del
reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: “No tendrás otros dioses delante de mí”.

SEGUNO MANDAMIENTO: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás
culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la
maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la
cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia
por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos”.

TERCER MANDAMIENTO: “No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios,
porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano”.

CUARTO MANDAMIENTO: “Acuérdate del día del sábado para santificarlo.
Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será
sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni
tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el
forastero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová
hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del sábado y
lo santificó”.

QUINTO MANDAMIENTO: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días
se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da”.

SEXTO MANDAMIENTO: “No cometerás homicidio”.

SEPTIMO MANDAMIENTO: “No cometerás adulterio”.

OCTAVO MANDAMIENTO: “No robarás”.

NOVENO MANDAMIENTO: “No darás falso testimonio en contra de tu
prójimo”.

DECIMO MANDAMIENTO: “No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo”.

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y deshazte de todos estos
males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos,
también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por amor a la Ley santa de
Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos
desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú
no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los
tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los días
de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día de hoy.
Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino que
sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en cada
una de sus muchas familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos
juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia
santa del Padre Celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras
almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de
tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu
reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la
tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos
metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre Celestial
también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y
la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ”.
Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS
TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y
su MUERTE.

Disponte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer
día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu
vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL
SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un
pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su
SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi
pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi
SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de una
nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios,
orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El
ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en
un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema
autoridad. Habla de Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de
Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender más de Jesús y de su
palabra sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en
gran cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata
a tu barrio, entonces visita a las librerías cristianas con
frecuencia, para ver que clase de libros están a tu disposición, para
que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que
te goces en la verdad del Padre Celestial y de su Hijo amado y así
comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de
Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es
la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la
tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras
almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: “Vivan
tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén”. Por causa de mis hermanos y
de mis amigos, diré yo: “Haya paz en ti, siempre Jerusalén”. Por causa
de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la tierra:
imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de
Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que
respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso!
Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de
todo corazón, con su voz tiene que rendirle el homb gloria y loor
al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas, como antes y
como siempre, para la eternidad.


http://www.supercadenacristiana.com/...pe=wm%20%20///



http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx



http://radioalerta.com

 




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