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(IVÁN): NUESTRO DIOS JUZGA CADA DÍA A LOS QUE NO AMAN A SU JESUCRISTO
Sábado, 19 de abril, año 2008 de Nuestro Salvador Jesucristo, Guayaquil, Ecuador – Iberoamérica (Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo) NUESTRO DIOS JUZGA CADA DÍA A LOS QUE NO AMAN A SU JESUCRISTO: Con toda seguridad, que nuestro Padre Celestial traerá a juicio toda acción junto con todo lo invisible también, sea bueno o sea malo en el paraíso y en la tierra, para su punto final. Porque nuestro Creador tiene que hacer justicia por cada palabra y por cada acción de pecado del hombre y de la mujer de toda la tierra, «para que entonces Sus Diez Mandamientos Santos sean infinitamente honrados y jamás burlados por Satanás ni por ninguno de sus seguidores del paraíso, ni de la tierra, ni menos del reino de las tinieblas». Y sólo así todo efecto del pecado será borrado del corazón y de la mente no sólo de Adán sino también de todos sus hijos e hijas, «para jamás volverse a acordar de ninguno de ellos en la nueva vida venidera del nuevo reino sempiterno de su Hijo amado y de sus millares de huestes angelicales». Porque todo lo que esté relacionado al pecado de Adán y así también de su linaje humano tiene que ser eliminado y echado al olvido eterno, «para que jamás ningún mal pensamiento del corazón del hombre vuelva a tomar vida y raíz en la nueva eternidad celestial de Dios y de su Árbol de la vida», ¡nuestro Señor Jesucristo! Es decir, que «ningún mal de ninguna naturaleza de Satanás ni del hombre volverá a afectar la vida» de Dios ni de sus ángeles ni de su nueva humanidad infinita de todas las naciones del mundo entero, como de las que han recibido al Señor Jesucristo y su sangre santa para expiación de sus pecados infinitos, como es lógico. Porque la verdad es que toda nación que tome al Señor Jesucristo y a su sangre santa y expiatoria, como su único gran rey Mesías, como en Israel de la antigüedad y de siempre, por ejemplo, entonces «sus pecados han de ser expiados y perdonados por Dios»; dado que, ninguna nación podrá ver jamás la vida, si no profesa a Jesucristo. Es decir, también que cada nación que no reciba ni honre al Señor Jesucristo en sus tierras y con sus familias, entonces no vera la vida eterna del nuevo reino celestial de Dios y de su Árbol de la vida, como La Nueva Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo, «sino que es rea de muerte eterna en el infierno». Y es por eso que hay muchas naciones en la tierra que sufren por falta de todas las cosas y hasta de las mismas lluvias del cielo, porque todo está cerrado para ellas, «por su indiferencia espiritual hacia Dios y su Jesucristo»; y toda nación que su Salvador no es su Jesucristo «al fin de las cosas muere definitivamente». Como el malhechor, por ejemplo, que su castigo es asegurado en sus días de vida por toda la tierra, «porque nuestro Padre Celestial jamás será burlado por él ni por sus aliados a su maldad»; es más, escrito está en las Escrituras «que nuestro Dios no dará jamás por inocente al culpable». Porque toda nación que se olvide de Dios, su fin está en el infierno y en el lago de fuego también, en el más allá, «para no volver a ver la luz de los nuevos días de vida y de salud infinita de nuestro Padre Celestial y de su Hijo amado», ¡nuestro Señor Jesucristo! Ciertamente, que las naciones son como las religiones del mundo, pues si no tienen al Señor Jesucristo como su Cordero Escogido para hacer expiación por sus pecados, entonces «no tienen la vida eterna en sus corazones asegurada», sino que viven la vida de pecado y de rebelión hacia su Creador y hacia su fruto de vida, ¡la vida nueva de la Ley! Y esta es una vida de mentiras, maldades, calumnias, odios, rencores, falsedades, envidias y en fin todas las maldades que se han hecho debajo del cielo, desde la antigüedad y hasta nuestros días, «porque no conocen a su Dios, por medio de su único fruto de vida eterna del paraíso y de toda la tierra para siempre», ¡nuestro Señor Jesucristo! Por ello, su lugar final es el infierno, como todo malhechor inescrupuloso, pues la nación completa muere sin duda alguna, porque nuestro Dios no fue jamás burlado por Satanás ni por ninguno de sus ángeles caídos en el reino celestial, «así pues también con cada nación, con cada familia, con cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera». Pero si estas mismas naciones pecadoras, después de haber vivido en sus pecados por mucho tiempo, se arrepienten y aceptan en sus tierras al dador de la vida eterna, nuestro Salvador Jesucristo, pues entonces «pasan de muerte a vida, para gozar día y noche del Espíritu Santo de la presencia de Dios y de su Árbol de la vida eterna». Porque sólo el Señor Jesucristo puede ser realmente el Árbol de la vida de cada nación de toda la tierra y más no el árbol de la ciencia del bien y del mal, «para que todo sea bendiciones y vida eterna en sus familias día a día y por siempre en la nueva eternidad celestial». Porque es el árbol de la ciencia del bien y del mal, la cual ha traído el pecado y cada una de sus enfermedades y calamidades de violencias y de guerras increíbles a sus ciudadanos; más la nación que su Árbol de vida es Jesucristo vive segura de si misma, «para jamás ser atropellada por sus enemigos de siempre». Porque nuestro Padre Celestial es inseparable de su Árbol de la vida eterna, nuestro Salvador Jesucristo, y así también con cada uno de nosotros, es decir, que «nosotros también somos inseparables del Árbol de la vida eterna, por inicio»; y es por eso que su palabra viva viene a nosotros día tras día y sin cesar con muchas bendiciones del paraíso. Porque los nombres de todas las naciones y de sus familias han de ser escritas en el libro de la vida eterna del cielo; y, por inicio todos los que son escritos en el libro de Dios no verán más las tinieblas antiguas de sus vidas pasadas, «sino la luz que no conocían aún, a su Hijo amado», ¡el Rey Mesías! Así pues también si las religiones falsas, las cuales han vivido por mucho tiempo en la vida del pecado y el paganismo eterno deshonrando la Ley Bendita, y se arrepienten de sus tinieblas y de la ignorancia de sus vidas hacia Dios y hacia su Hijo amado, «pues entonces dejaran de ver las tinieblas antiguas del más allá, para vivir felices infinitamente». Es decir, que estas religiones falsas dejaran de servirles a sus dioses de piedras, maderas, telas, plásticos, personalidades y en fin de todo lo que ellos crean que sean sus dioses, por lo tanto vivirán ahora: «porque la luz de su Dios y de su unigénito ha de reinar sublime en sus vidas, para alumbrar sus pasos hacia todo bien eterno siempre». Porque nuestro Dios envió a su unigénito no sólo para que sea el Árbol de la vida de Israel, sino también para que sea el Árbol de la vida de cada nación y así de cada familia y sus religiones autóctonas, «para que sus pecados sean borrados por la sangre expiatoria de Dios, y así no vivan más en tinieblas». Por lo tanto, el que tiene al Señor Jesucristo como su Árbol de la vida, como Dios se lo dio a Adán y Eva en el paraíso y así también a Israel, y creen en Él y en su obra asombrosa, «pues no morirán jamás, sino que vivirán para conocer sus vidas infinitas siempre, en la tierra y en el paraíso». Porque «ahora le sirven verdaderamente al Dios de sus vidas y al único salvador de sus almas infinitas, su único fruto de vida eterna», nuestro Salvador Jesucristo, en el cielo, en la tierra y así también en la nueva eternidad venidera del nuevo reino sempiterno de Dios, de su Espíritu Santo y de sus millares de huestes angelicales. Porque es la sangre del Árbol de la vida, la cual nuestro Dios ha enviado del paraíso, «para hacer expiación por nuestros pecados en toda la tierra»; y volveremos a vivir nuevamente en el paraíso, sólo por medio de la misma vida santa y gloriosa de su unigénito, el Hijo de David, ¡el Santo de Israel y de la humanidad entera! Porque sólo el Señor Jesucristo tiene la verdadera sangre bendita del cielo, «para hacer expiación para perdón de nuestros pecados y sanidad de nuestros cuerpos», para hacernos libres infinitamente de los pecados y maldades de Satanás y de sus ángeles caídos también, en el juicio final de todas las cosas de Dios y de la humanidad entera. Por lo tanto, sin el reconocimiento del Señor Jesucristo en la vida de las naciones de la tierra y así también de sus religiones antiguas, «pues entonces no hay expiación por los pecados y, por tanto siguen el mal camino de Satanás y de sus ángeles caídos, para caer muertos muy pronto a la fosa de la perdición eterna», ¡el infierno! Porque todo ser viviente que nace en el paraíso o en las naciones de la tierra va directamente hacia la fosa común de los enemigos de Dios y de su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, por inicio, «porque no tienen vida alguna en sus corazones ni en sus almas infinitas, sino sólo la muerte eterna e inhumana de Satanás». Es por eso que nuestro Padre Celestial envía la palabra de su Hijo amado a todas las naciones de la tierra, para que las familias y sus religiones nativas vuelvan a nacer no de la carne de sus antepasados o de sus padres biológicos, «sino de la carne y de la misma sangre viviente del Cordero Antiguo de Dios», ¡nuestro Salvador Jesucristo! Entonces si estas naciones y sus religiones, como las cuales no profesan la fe de nuestro Salvador Jesucristo, el Hijo de David: como el Cordero Escogido, el Árbol de Dios, el sumo sacerdote del cielo y la tierra, el unigénito y, por tanto el único camino al paraíso, y últimamente reciben a Jesucristo en sus vidas, «pues se salvan de morir». Porque nuestro Padre Celestial no envió a su Hijo amado al mundo a condenar a las naciones ni a sus religiones autóctonas, sino ha salvarlas infinitamente, «para que sean una sola aglomeración celestial de naciones y familias no sólo en la tierra, sino también en su nueva vida infinita de Su Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo, por ejemplo». Porque para nuestro Creador, toda nación y cada una de sus familias con sus religiones nativas, sino no profesan al fruto del Árbol de la vida, el cual es nuestro Señor Jesucristo, como el Salvador del mundo, el Hijo de David, el unigénito, el Cordero Escogido, el sumo sacerdote para mediar entre Dios y el hombre, «pues desafortunadamente mueren en tinieblas». Y nuestro Padre Celestial no ha enviado a su Hijo amado al mundo para ofender a ninguna nación, ni a ninguna religión, ni a ninguna familia, sino para despertarlas de su muerte segura en la tierra y del infierno, «y así pues despierten al instante a su verdadera vida desconocida por ellos mismos aún del cielo», ¡nuestro Redentor Jesucristo! Porque toda nación y asimismo como toda familia que no crea en su corazón y así no profese la fe con sus labios del Señor Jesucristo como el Hijo del Altísimo, entonces vive en tinieblas aún, y no están escritos en el libro de la vida eterna, «porque sus pecados no han sido expiados todavía para perdón y para salvación infinita». Por ejemplo, podemos ver pues, como el Señor Jesucristo reprendió a uno de sus apóstoles amados, porque le reconvino para que no ascendiera a Jerusalén: ya que el Señor mismo les había dicho a todos «que él tenía que subir a Jerusalén y padecer mucho por los pecados del hombre, para salvarlo de su condición espiritual y de su mal eterno». Es decir, que el Señor Jesucristo les había anunciado a sus apóstoles su muerte sangrienta y muy sufrida, por cierto, sobre los árboles cruzados de Adán y Eva, «para expiar en sus cuerpos, y sólo con su cuerpo santo, el pecado del mundo entero, sobre lo alto de la roca eterna y, además clavados a ellos eternamente con su sangre expiatoria». Dado que, la sangre expiatoria del Señor Jesucristo se sujeta con fuerza al cuerpo del hombre y de la mujer del mundo entero, por más muertos que estén en sus delitos y pecados, «del mismo modo que se clavo a los árboles cruzados y sin vida de Adán y Eva para ponerle fin a sus pecados y darles vida en abundancia infinitamente». Porque sólo por el derramamiento de su sangre santa es que realmente nuestro Padre Celestial les iba a perdonar sus pecados no sólo a sus discípulos y sus familias, «sino también a las familias de todas las naciones de la tierra, comenzando milagrosamente con Adán y Eva mismo sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en Israel». Además, porque ésta es la manera correcta, por la cual se le pude poner fin al pecado de Adán y de Satanás en la vida de cada hombre, mujer, niño y niña de todas las naciones, «comenzando con Israel primero como en los días de antigüedad y de su tabernáculo de reunión y de holocaustos sangrientos y fuegos espectaculares, por ejemplo». Porque sin el derramamiento de la sangre del Cordero Escogido Angelicalmente, por el único sumo sacerdote del cielo y de la tierra, como el Hijo de David, como el unigénito de Dios y de su Espíritu Santo, pues entonces el pecado viviría infinitamente en el corazón y en la vida de la humanidad entera, para jamás vivir la nueva vida infinita. Es decir que cada nación con sus familias y religiones prehistóricas, si creen en Jesucristo como el unigénito de Dios y de su Espíritu Santo, «entonces vivirán desde ya, y sus oraciones con los deseos de sus corazones serán cumplidos»; porque «sólo nuestro Dios es Todopoderoso para los que creen en Él, por medio de su fruto de vida eterna», ¡nuestro Jesucristo! Porque con el Señor Jesucristo en sus vidas, entonces las naciones y asimismo sus familias con sus religiones autóctonas ya no vivirían en las tinieblas ni a la merced de los engañados de Satanás, «sino que vivirían infinitamente en el Espíritu de la sangre y de la vida del unigénito, para vivir sus vidas libres de enfermedades y de sus males comunes». Es decir, que ninguna de estas naciones ni tampoco sus religiones autóctonas ya no serian del espíritu de error de Satanás, como de costumbre, el cual niega a Jesucristo no sólo como el unigénito, sino también como el único posible salvador del mundo entero, «sino que ahora todas ellas y con sus religiones serian de Dios y de su Jesucristo perpetuamente». Porque nuestro Padre Celestial es el Todopoderoso para ser el Dios de cada nación y de sus familias junto con sus religiones antiguas, «si tan sólo creen en sus corazones y así confiesan con sus labios la palabra y la vida gloriosa de su Hijo amado, como su único Árbol de la vida y de su salud eterna», ¡nuestro Señor Jesucristo! Pues para esto envió Dios a su Hijo amado al mundo, como el Profeta del cielo, como el Cordero Escogido, como el único sumo sacerdote de las religiones de la tierra y del paraíso, «para que crean en su sangre expiatoria y todopoderosa y, entonces sean libres de Satanás para regresar pronto al Fundador de sus nuevas vidas del paraíso». Porque para nuestro Creador, no importa en que nación has nacido, pero si crees en tu corazón y así confiesas la fe redentora y expiatoria de la sangre santísima del Árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo, «pues entonces tu nombre ya está escrito, por inicio, en el libro de la vida de Dios y de su Espíritu Santo en el cielo». Y así también cada una de las religiones del mundo entero, si creen en sus corazones y así hablan con sus bocas, de que el Señor Jesucristo es el Hijo de Dios y, por ende su sangre los limpia y los hace libres de sus pecados y enfermedades, «entonces ya no vivirán más para el mal del pecado sino perpetuamente para Dios». Por lo tanto, ya ninguna de estas naciones entrara en el juicio eterno ni menos en la ira sobrenatural de nuestro Dios, sino que habrá abandonado el espíritu de error de Adán «para entrar en el espíritu de la gracia y de la vida con cada una de sus bendiciones sobrenaturales, para su renovada existencia en la tierra y en el paraíso». Es decir, que de ahora en adelante sólo vivirán para el Espíritu de la gracia redentora e infinita del Árbol de la vida, nuestro Salvador Jesucristo, «como Dios manda a Adán inicialmente», para sólo comer de sus frutos diariamente y hasta aún más allá de la nueva eternidad venidera, «y así conocer la verdad y la justicia de las cosas siempre». Porque a todos los que no aman al fruto del Árbol de la vida del paraíso y de la tierra, nuestro Jesucristo, pues entonces nuestro Dios los llevara a juicio con todo lo expuesto y lo escondido, sea bueno o sea malo, «para no dejar rasgo de ningún mal atrás, sino eliminarlo por completo en el mundo del olvido eterno». Y este mundo del olvido es el reino de las tinieblas, como el infierno o el lago de fuego, a donde descenderán los ángeles caídos y las naciones y las religiones falsas, «como las que se olvidan del Espíritu de la gracia salvadora de la sangre y de la vida sacrificada de nuestro Salvador Jesucristo sobre el altar antiguo de Israel». Y sólo así entonces empezar una nueva era libre del pecado y de sus efectos terribles en el cielo, en el paraíso, en la tierra y con todos sus seres creados también, sean hombres del mundo o ángeles del reino celestial; «porque sólo los que son de Jesucristo son sin pecado aquí y, por tanto entraran a La Nueva Jerusalén Celestial». Y, por ende ninguno de ellos será llevado a juicio de Dios como con los impíos y viles de toda la tierra, «porque sus pecados ya han sido juzgados y perdonados cada día por la sangre expiatoria del Árbol de la vida eterna, el Hijo de David y nuestro gran rey Mesías de todos los tiempos», ¡nuestro Salvador Jesucristo! Además, las naciones con sus familias y con sus religiones prehistóricas que no conocían al Señor Jesucristo como el Cordero de Dios y el sumo sacerdote de sus vidas, pues vivirán sin Satanás; «porque el nombre de nuestro Dios es bueno y todopoderoso exclusivamente con la sangre expiatoria en el centro de sus naciones, de sus familias y de sus religiones». En verdad, en aquel día las naciones y sus familias con sus religiones nativas serán libres del mal eterno, porque es el espíritu de fe, en la sangre y en la vida gloriosa del Señor Jesucristo, «las cuales han expiado por sus pecados y simultáneamente llenado de salvación eterna de Dios cada día para vivir felizmente la vida eterna para siempre». En aquellos nuevos días venideros de la nueva vida de nuestro Creador y de su Espíritu Santo ya no habrá tiniebla alguna del corazón del hombre, ni menos de Satanás, porque los impíos habrán entrado a sus lugares eternos del infierno, como Satanás y sus seguidores de gran maldad al lago de fuego, «para no volver a ofender a nadie jamás». Pues entonces la vida humana, por vez primera, vivirá sus días nuevos largos y eternos sin el efecto terrible de la presencia de las tinieblas de Satanás y de sus seguidores malvados, «sino que todo será dulzura en el corazón y en la vida de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera», ¡gracias a nuestro Salvador Jesucristo! Porque exclusivamente el Señor Jesucristo es el Árbol de la vida, al cual nuestro Creador llevo a Adán tomado de su mano y por el camino de la verdad, de la justicia y de la santidad infinita, «para sólo comer y beber de la mesa del SEÑOR, del maná inmortal y del agua de la vida, para sólo entonces vivir infinitamente feliz». Es decir, que nuestro Dios le ofreció a Adán primero comer de su unigénito sobre su mesa celestial, para que su carne ya no sea su carne sino la de Jesucristo, y para que también su sangre ya no sea la suya, sino la de Jesucristo, «para que sólo entonces se quede a vivir con su linaje humano en el paraíso bendito». Porque todo aquel que desee ver la vida eterna y vivirla ya, «entonces su carne tiene que ser la carne de Jesucristo, y así también su sangre tiene que ser la sangre viva de Jesucristo»; de otro modo, nadie podrá ver, ni menos vivir la nueva vida del cielo con su Dios y con su Árbol de la vida, para siempre. Y desde el día que nuestro Padre Celestial le ofreció a Adán comer y beber del fruto del Árbol de la vida, «pues desde entonces acá no termina de hacer lo mismo con cada hombre, mujer, niño y niña del mundo entero», aunque no lo veas así; porque nuestro Dios se mueve entre nosotros invisiblemente y en secreto para salvarnos siempre. Así pues, el Señor Jesucristo se sentó a la mesa, «y les dio de comer de su pan del cielo y de beber del vino de su sangre expiatoria a sus apóstoles y a sus discípulos en todos los lugares de la tierra también», como hoy en día contigo y conmigo, mi estimado hermano y mi estimada hermana. Porque era necesario no sólo que le conociesen cara a cara como el Hijo de Dios y, por tanto como el Salvador de Israel y de las naciones, sino también «como el único posible salvador de sus almas infinitas, en esta vida y en la venidera, como en el paraíso o como en La Nueva Jerusalén del cielo, por ejemplo». Para que el que coma de Jesucristo, pues ya no tenga hambre jamás, y para el que así también beba de la copa de la vida eterna, su sangre expiatoria y milagrosa para perdonar y para sanar el alma viviente del hombre de la tierra, «así pues no vuelva a tener sed en esta vida ni en la venidera para siempre». Porque sólo la sangre expiatoria del Hijo de Dios puede realmente mantenernos lejos de la ira y, por tanto del juicio final y muy terrible de nuestro Padre Celestial «para juzgar cada palabra y cada acción condenable, y lanzarla al reino de las tinieblas, como el infierno y como el lago de fuego para su destrucción final e infinita». Y si hoy estás en la privacidad de tu hogar, pues siéntate a la mesa del SEÑOR y come de la carne y de la sangre santa del Cordero Escogido del paraíso, para perdón y sanidad de tu cuerpo y de tu alma viviente en la tierra y así también en el cielo, «para que vivas la vida eterna desde ya». Pues como los doce apóstoles debes comer y beber del fruto del Árbol de Dios, sentado a la mesa de tu hogar, la cual es la mesa del SEÑOR actualmente, para nutrir tu corazón, tu cuerpo y tu alma de las bendiciones infinitas del perdón y de la sanidad de Dios, «para que conozcas la felicidad celestial a partir de ahora». Porque sólo si comes y bebes del Árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo, realmente vas a comenzar a sentir a Dios obrar en tu vida día y noche, por los poderes y autoridades sobrenaturales de la sangre expiatoria del sacrificio eterno, «para limpiarte del mal y llenarte de bendiciones milagrosas y maravillosas de la eternidad celestial en tu corazón». De otra manera, vas camino con el peso de tus pecados, condenado infinitamente para caer muerto y abatido en el mal eterno del reino de las tiemblas, para no volver a ver jamás el bien de tu nueva vida ni la de los tuyos tampoco; por ello, el juicio final de Dios es contra ti desde ya, «si te olvidas de Jesucristo». Es por eso que la palabra de nuestro Dios viene a ti día y noche de parte de su corazón y de su Árbol de vida eterna, nuestro Señor Jesucristo, por medio de tu profesión de fe, «para que tu vida cambie inmediatamente por tu propio bien y para el bien eterno de muchos, en todos los lugares de la tierra». Porque nuestro Dios desea ya empezar su nuevo reino celestial con cada una de las naciones que ha recibió a su Hijo amado como su rey Mesías, por el poder de su palabra y de Sus Diez Mandamientos cumplidos en su vida mesiánica por Israel, «para fin del pecado y para enriquecimiento de la nueva vida eterna en todas ellas». Y es esta palabra de vida, la cual tu corazón y tu espíritu humano necesitan, hoy en día más que nunca, para no sólo deshacerte de tus tinieblas y de tus pecados, «sino para que ya empieces a conocer al Fundador de tu nueva vida eterna en la tierra y así entrar al más allá, pero sólo en el día del SEÑOR». Porque éste nuevo día cada vez se acerca más y más a la tierra, para recoger a sus hijos e hijas, de los que están en el polvo de sus tumbas y de los que aún viven sus vidas comunes y corrientes también, «para levantarlos con Él de regreso al paraíso, para empezar a vivir la nueva vida eterna muy pronto». Porque nuestro Dios empezara la nueva vida infinita de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, «en donde Adán la dejo olvidada en el paraíso a los pies del Árbol de la vida, cuando peco delante de Dios al no comer del fruto de la vida»; y ahí mismo «retomaremos nuestras vidas celestiales, para no volverla a olvidar jamás». Porque todos hemos olvidado vivir la nueva vida infinita, libre de Satanás y de su pecado, como cuando Adán y Eva vivían libres del mal eterno y puros de corazón delante de Dios y de sus huestes angelicales, por ejemplo; pero volveremos a ésta nueva vida del paraíso, «porque el Árbol de la vida nos levantara a ella muy pronto». Y esto ha de ser contigo y con los tuyos en el día señalado de nuestro Dios y de su Árbol de vida a la vida infinita de Su Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo, por ejemplo, «para que goce tu corazón la felicidad de vivir libre de Satanás y del efecto terrible de su presencia inhumana en tu vida». Porque todo pecador que actúa falsamente en contra de su semejante, pues está actuando en el espíritu inhumano de Satanás para no sólo robarle, matarle y destruirle, «sino también para que su alma se pierda en el juicio final de nuestro Padre Celestial y de su Cordero Escogido»; pero Dios sostiene al hombre, «porque él mismo ama a Jesucristo seriamente». Además, Satanás actúa cruelmente e inhumanamente así con todo pecador y con toda pecadora de la tierra, desde la antigüedad y hasta nuestros días, para cegar sus vidas cada vez más y más «y así no lo abandonen a él jamás, por el amor antiguo y eterno de Dios y de su Jesucristo, por ejemplo». Porque la vida del hombre es dulce sin Satanás y sin sus seguidores de gran maldad eterna en el paraíso y así también en la tierra, «para que sólo el espíritu del amor, la paz, el gozo, la felicidad, la sabiduría y el conocimiento de las cosas pues reinen en tu vida diariamente y por siempre en la eternidad». Además, sin Satanás en tu vida, pues ahora si que podrás realmente conocer a tu Padre Celestial, a tu Creador Todopoderoso, «el mismo que te formo con sus manos santas para que seas como Él o como su Hijo amado, el Hijo de David, el Árbol de la vida del paraíso, de la tierra y así también de La Nueva Jerusalén Angelical». Porque es dulzura sin igual para el corazón de las naciones y sus familias juntas con sus religiones autóctonas vivir sin Satanás y sin sus tinieblas de siempre, en sus espíritus y en sus vidas humanas; ciertamente, la vida sin Satanás es rica como la leche y la miel, «para el cuerpo y para el alma del hombre del mundo entero». Entonces es muy bueno para el corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la niña no apartarse jamás de Los Diez Mandamientos de Dios, para perdón de pecados y para bendición constante de sus almas infinitas; «porque la Ley es el mismo Espíritu del Árbol de la vida o del Mesías para bendecirnos siempre a todos cada día». Además, nuestro Dios creo al hombre en sus manos santas para que viva la felicidad celestial, primordialmente la de su Árbol de la vida, y más no la vida pecadora y terrible de Satanás, por ejemplo; puesto que a nuestro Dios no le gusta ver a nadie sufrir jamás, «sino vivir siempre la vida fructífera y feliz de su Hijo amado». (Es decir, que ninguna vida le complace a Dios ni la de sus ángeles del cielo, ni menos la del hombre ni de la mujer de la tierra, «pero si Jesucristo está en sus corazones, pues bienvenidos son siempre delante de su presencia sagrada a cada paso, para todo lo que necesiten de él y de sus riquezas abismales e infinitas».) Es por eso que el corazón del hombre no es feliz sin el Señor Jesucristo en su alma infinita desde siempre, sino que vive diariamente trastornada su vida, pues «sin saber jamás de donde viene ni hacia donde va su alma eterna por sus pasos en la tierra y en la eternidad venidera también». Es decir, que el hombre camina día y noche por toda la tierra, creciendo siempre de tinieblas en tinieblas para cegar su corazón y los ojos de su cara, «para no ver jamás la luz viviente de Dios ni de su Árbol de vida eterna, sino sólo hasta que llegue ante el trono del juicio final de todas las cosas». Y sólo entonces él se detenga en su último paso delante de Dios, sin Jesucristo en su corazón, para recibir de Dios el merecido justo juicio por sus pecados, «y así ser condenado al fuego eterno del lago de fuego, la muerte segunda de su alma eterna, porque jamás conoció en su corazón el amor de Jesucristo hacia su Creador». Y el hombre sufre así a cada instante, simplemente porque no sólo no está viviendo la vida, la cual Dios mismo le entrego a él, en el día de su creación, en su imagen y conforme a su semejanza celestial, «sino porque no ha comido ni ha bebido aún del Árbol de la vida feliz», ¡nuestro Señor Jesucristo! Y hay así mucha gente por todos los lugares del mundo entero, que no han gustado aún en sus corazones la bendición celestial de tener al Señor Jesucristo, «como el Hijo de Dios, el Cordero de la sangre expiatoria de sus pecados y el sumo sacerdote celestial para mediar para su bien eterno siempre entre él y Dios en el cielo». Por lo tanto, el hombre y así también la mujer caminan juntos ciegos por el mismo camino del mal eterno, sin el Señor Jesucristo en sus almas para obrar siempre en el secreto de sus corazones y de sus espíritus humanos, «para bien de sus vidas y protección constante ante la falta de honradez de Satanás y de sus gentes malhechoras». Pues ellos caminan día y noche con los suyos deslumbrados y condenados a morir una muerte segura en la tierra y en el infierno también, para jamás ser felices en sus almas infinitas, en esta vida ni en la venidera tampoco; «porque todos ellos son culpables de sus pecados por no haber amado a Dios, por medio de su Jesucristo». Porque nuestro Padre Celestial lleva a juicio día y noche a todo pecador y a toda pecadora y así también a los suyos, aunque no hayan ofendido jamás en sus vidas, hacia el castigo del juicio final de todas las cosas en el más allá, por su culpa y por su error de no amar a Jesucristo en sus vidas. Y lo mismo es verdad cada día para las naciones de la tierra, «porque nuestro Dios juzga a las naciones continuamente como en la antigüedad, como las que no honran ni menos aman la vida celebre de su Hijo amado», nuestro Señor Jesucristo, para expiación de sus pecados y salvación eterna; pues recordemos a Israel ahora, sin irnos tan lejos. Dios juzgo a Israel por sus pecados nacionales una y otra vez, «y sin la sangre del Cordero sobre su altar pues era convicta sin duda alguna», y hasta destruida muchas veces por falta de la santidad de Dios en las vidas de sus ciudadanos y su religión prehistórica también, por supuesto. Y sin el derramamiento de la sangre de su Hijo amado, el Cordero de Dios y de Israel, como en la antigüedad, «no hay expiación de pecado posible para ninguna nación, aunque sea Israel mismo, ni para ninguna familia de la humanidad entera»; por ende, el alma que pecare le dará cuentas a Dios, hoy y en el día del juicio también. Porque no hay mayor pecado de condenación eterna ante el tribunal de nuestro Padre Celestial y de su Espíritu Santo, y esto es de no amar y de no venerar el amor del Señor Jesucristo en sus corazones eternos, «después de haber Él hecho tantas cosas y hasta lo imposible para perdonar sus pecados y asegurarles vida infinita en sus almas vivientes». Y esto es muerte para cualquiera y aún hasta para con los ángeles más poderosos del cielo, como le sucedió a Lucifer, por ejemplo, quien se convirtió en Satanás (o en el adversario de Dios), «porque no quiso honrar ni menos comer del fruto del Árbol de la vida, el cual es el nombre Salvador del SEÑOR para enriquecer su vida infinitamente». Porque con sólo creer en el corazón y así confesar con los labios el nombre ungido y milagroso del SEÑOR, «pues entonces ese ser, sea ángel del cielo u hombre, mujer, niño o niña de la humanidad entera, tiene vida infinita con Dios y con su Árbol de la vida eterna eternamente y para siempre», ¡nuestro Señor Jesucristo! Y todo aquel que no invoque el nombre del SEÑOR en los últimos días, «entonces será llevado a juicio por nuestro Padre Celestial para que le responda por su pecado, de no haber honrado ni menos glorificado su nombre santo», cuando tuvo la oportunidad de hacerlo así, como en los días normales de su vida por toda la tierra, por ejemplo. Y el que no tiene el nombre sagrado del Señor Jesucristo en su corazón desde ya, pues entonces ya es juzgado y condenado por sus propios pecados y delitos, «para ser posteriormente lanzado al lago de fuego eterno, en su segunda muerte final de su alma infinita, para jamás volver a ver a Dios ni a su Hijo amado, para siempre». Por ello, el hombre y así también cada uno de sus descendientes, comenzando con la mujer, «vive en la mentira y en sus violencias terribles de enfermedades, problemas y, por fin la muerte eterna», como en el infierno o como en el lago de fuego, para no volver a conocer la vida ni oír de su Árbol de vida eterna jamás. Porque el pecado del hombre es en contra de nuestro Dios, por inicio, por no creer ni confesar con sus labios al salvador de su vida; y es por eso que su vida va sin prisa «camino al juicio final del paraíso, sin tener que ir a ese día terrible para su alma, si tan sólo Jesucristo reina en su corazón». Porque fuera del Señor Jesucristo ya no hay vida alguna para ningún ángel del cielo ni para ningún hombre, mujer, niño o niña de la humanidad entera en todas las naciones de la tierra, «sino sólo tinieblas tras tinieblas y un mundo horrendo de fuego y de violencias increíbles en la nueva eternidad venidera del juicio eterno de todas las cosas». Además, nuestro Padre Celestial llevara a juicio a cada palabra, a cada pensamiento, a cada sentir, a cada acción del hombre, comenzando con Adán en el paraíso y así también hasta con su ultimo retoño que nazca en la tierra de mujer, por ejemplo, «para así ponerle fin infinitamente a cada efecto del pecado en la vida del hombre». Y así ya no quede rasgo alguno del pecado en el corazón de la humanidad entera, comenzando con Adán y Eva en el paraíso, «sino que sólo prevalecerá todo lo bueno, todo lo glorioso y todo lo sublime de nuestro Árbol de la vida eterna, nuestro Jesucristo, para gloria y honra infinita de nuestro Padre Celestial que está en los cielos». Porque todos los que entren a vivir la nueva vida eterna de nuestro Padre Celestial y de sus huestes angelicales, «entonces tienen que haber recibido por fe la carne, la sangre, el espíritu, el alma y hasta el mismo pensar y sentir de su Jesucristo, para poder por fin entrar al nuevo reino sempiterno, y no salir de él jamás». Es por eso que tenemos que darle gloria y honra en nuestros corazones diariamente a nuestro Creador y a su Espíritu Santo, por medio de nuestro Jesucristo, «porque esa es su comida predilecta», la cual ha esperado desde siempre con gran paciencia en su corazón y en su alma santísima, para que hoy tú mismo se la des en su boca. Para que de esta manera, «nuestro Padre Celestial se sienta bien lleno con cada uno de nosotros», en nuestro millares y, a la misma vez «honrado por todo lo que nos ha dado y hecho por cada uno de nosotros también», en todos los lugares de la tierra, comenzando con Adán y Eva, por ejemplo, en el paraíso. Porque lo que nuestro Creador comenzó a hacer por cada uno de nosotros, verdaderamente lo comenzó desde mucho antes de la fundación del cielo y de la tierra, para que lo vivamos todo desde ya, «y así entremos libres del pecado y gozosos en nuestros corazones con la verdad y con la justicia de su Árbol de la vida», ¡nuestro Señor Jesucristo! Y sólo así con el Señor Jesucristo en nuestros corazones, «pues evitaremos ser juzgados por nuestros pecados en el juicio final para todas las cosas expuestas y de las que están escondidas, sean buenas o sean malas, para cerrar por fin la era del pecado y vivir al fin la nueva era llena de Dios y de su Espíritu Santo». De modo definitivo, ésta es la misma vida eterna de la antigüedad, la cual nuestro Padre Celestial preparo para ti, su Jesucristo, para que la vivas desde hoy, día y noche delante de su presencia santa en la tierra y en Su Nueva Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo. ¡Gloria a Dios! ¡Amén! ¡Gracias a Jesucristo y al Espíritu Santo de Dios por tu nueva vida infinita! ¡Así pues alégrate siempre en tu corazón eterno, sólo con en el nombre del SEÑOR, porque el nombre del SEÑOR es bueno para toda tu vida y la de los tuyos también, hoy en día y en todos los lugares de la tierra y de la nueva eternidad venidera! El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su Jesucristo es contigo. ¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre! Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo. LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y noche, (Deuteronomio 27: 15-26): “‘¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen de fundición, obra de mano de tallador (lo cual es transgresión a la Ley Perfecta de nuestro Padre Celestial), y la tenga en un lugar secreto!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su madre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad de su prójimo!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre, porque descubre la desnudes de su padre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier animal!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su padre o hija de su madre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que se acueste con su suegra!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte a su semejante, sin causa alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente, sin causa alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ “‘¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley, poniéndolas por obra en su diario vivir en la tierra!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’ LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS Es por eso que los ídolos han sido desde siemp un tropiezo a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios. Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las naciones! SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del reino de los cielos: PRIMER MANDAMIENTO: “No tendrás otros dioses delante de mí”. SEGUNO MANDAMIENTO: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos”. TERCER MANDAMIENTO: “No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano”. CUARTO MANDAMIENTO: “Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del sábado y lo santificó”. QUINTO MANDAMIENTO: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da”. SEXTO MANDAMIENTO: “No cometerás homicidio”. SEPTIMO MANDAMIENTO: “No cometerás adulterio”. OCTAVO MANDAMIENTO: “No robarás”. NOVENO MANDAMIENTO: “No darás falso testimonio en contra de tu prójimo”. DECIMO MANDAMIENTO: “No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo”. Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y deshazte de todos estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas familias, por toda la tierra. Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras almas: ORACIÓN DEL PERDÓN Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos. Amén. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ”. Juan 14: NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR. ¡CONFÍA EN JESÚS HOY! MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE. YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY. - Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y su MUERTE. Disponte a dejar el pecado (arrepiéntete): Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA. QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR. ¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____? ¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____? Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora: Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de Cristo a los demás. Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio, entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia, para ver que clase de libros están a tu disposición, para que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios. Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre. El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: “Vivan tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y tranquilidad en tus palacios, Jerusalén”. Por causa de mis hermanos y de mis amigos, diré yo: “Haya paz en ti, siempre Jerusalén”. Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre. El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo corazón, con su voz tiene que rendirle el homb gloria y loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas, como antes y como siempre, para la eternidad. http://www.supercadenacristiana.com/...pe=wm%20%20/// http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx http://radioalerta.com |
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